Adultery literally means “going to another.” In the context of a married person’s life, adultery involves sharing sexual intimacy with one other than one’s spouse. We do well to remember that a person who is not married can commit adultery by seeking sexual pleasure with someone who is not his spouse. When two unmarried persons commit adultery together, the catechetical tradition calls this form of adultery fornication. Mass media almost exclusively portray fornication in a favorable light.
God’s prohibition of adultery has nothing to do with Him being opposed to sexual pleasure. He created sexual pleasure and designed it for the enjoyment of a man and a woman in a life-long covenant ordered toward the begetting and educating of children. The Sixth Commandment establishes what should be a safe context in which to engage in a pleasurable and emotionally bonding activity that naturally tends toward the production of new human life. This commandment protects this safe context for sexual intimacy with a life-long promise of fidelity. One reason God does this is that He wants to safeguard the innocence of the love between the spouses and keep it unspoiled from histories of self-seeking and broken promises in pre-martial relationships. Another reason for this commandment is to provide a stable household in which children are raised by both their mother and father.
Is keeping the Sixth Commandment difficult? If one understands this commandment as Christians have done so historically, namely a prohibition of all genital sexual activity outside of a life-long bond between a man and woman, the answer is self-evidently yes. Just because something is hard does not mean that it is not worthwhile. The spirit of self-sacrifice that is necessary to keep the Sixth Commandment should make one humble and generous. These traits make good spouses and parents. For those who find themselves struggling to keep the Sixth Commandment, the Church counsels prayer and reception of the Sacrament of Reconciliation.
To Jesus through Mary, Fr. Christopher Continuamos nuestra serie de notas del pastor sobre los Diez Mandamientos. Esta entrega se centra en el sexto mandamiento, "No cometerás adulterio". El adulterio no guarda relación con el grotesco neologismo que nos dio la última década. El adulterio significa literalmente "ir a otro". En el contexto de la vida de una persona casada, el adulterio implica compartir intimidad sexual con otra persona que no sea el cónyuge. Hacemos bien en recordar que una persona que no está casada puede cometer adulterio buscando placer sexual con alguien que no es su cónyuge. Cuando dos personas solteras no están casadas cometen adulterio juntas, la tradición catequética llama a esta forma adulterio o fornicación. Los medios de comunicación representan casi exclusivamente la fornicación como una luz favorable.
La prohibición de Dios al adulterio no tiene nada que ver con que Él se oponga al placer sexual. El creo el placer sexual y lo diseñó para el disfrute de un hombre y una mujer en un pacto de por vida, únicamente para engendrar y educar a los niños. El sexto mandamiento establece lo que debería ser un contexto seguro, en el que participar en una actividad placentera y de vinculación emocional naturalmente tiende hacia la producción de una nueva vida humana. Este mandamiento protege este contexto seguro para la intimidad sexual con una promesa de fidelidad de por vida. Una razón por la que Dios hace esto es porque quiere salvaguardar la inocencia del amor entre los cónyuges y mantenerla intacta de historias de egoísmo y promesas incumplidas en las relaciones matrimoniales . Otra de las razones de este mandamiento es proporcionar un hogar estable en el que los niños sean criados tanto por su madre como por su padre.
¿Es difícil guardar el sexto mandamiento? Si uno entiende este mandamiento como los cristianos lo han hecho históricamente, es decir, la prohibición de toda actividad sexual genital al margen de un vínculo de por vida entre un hombre y una mujer, la respuesta evidentemente es sí. El hecho de que algo sea difícil no significan que no valga la pena. El espíritu de sacrificio propio que es necesario para guardar el Sexto Mandamiento debe hacerse con humildad y generosidad. Cumplir al pie de la letra con este mandamiento ayuda a la formación de buenos esposos y buenos padres. Para aquellos que se encuentran luchando por cumplir el Sexto Mandamiento, la Iglesia aconseja mantenerse en oración y asistir frecuentemente al Sacramento de la Reconciliación.