All of the parish staff has been working hard to find ways to build up our community of faith through phone calls and electronic means. I continue to do so. We look forward to the day when it is safe for us to see each other face to face. In the meantime, I wanted to share some thoughts on the spiritual life inspired by the public health crisis that we are facing.
The Catholic faith teaches us that in addition to our natural life, God created us to enjoy eternal happiness with Him forever in heaven. God offered friendship with Himself to our ancient progenitors and they rejected that offer through sin. Every pair of human parents, except the parents of the Blessed Virgin Mary, have passed on a human nature to their children that cannot resist sin. This reality puts us in a very bad position because sin is the death of the soul. Some Christian teachers have explained this weakness as an infection, others have talked about it in terms of the forfeiture of a legal right to something necessary to reach the end for which God created us.
When Jesus Christ died on the Cross and rose from the dead on the third day, He paid the price for our sins and made available spiritual medicine for the poison of sin. He makes the remedy for sin available to us free of charge. All we need is to approach Him with faith, acknowledge our sins, believe in His ability to heal us, and make use of the spiritual medicine that He provides for us. What is this medicine? It is the sacraments, especially the Holy Eucharist and Confession.
One important distinction between natural illnesses like COVID 19 and the spiritual contagion of sin is that there is no equivalent of a one for all vaccine for sin. For this reason, we need to ask God daily for the gifts of faith, sorrow for sin, and trust in His healing power. All three of these are necessary to receive the spiritual medicine, namely the sacraments, fruitfully. Approaching the sacraments without these dispositions could even do more harm than good.
We are currently in a period of time wherein it is very difficult to receive the spiritual medicine that is the sacraments. Perhaps when they were easily available, we had begun to take them for granted. We do well during this period of time to ask for the grace to have deeper faith, greater knowledge of and sorrow for our sins, and unbounded confidence that God can heal us of our moral and spiritual infirmities. Doing this will allow us to return to the sacraments and obtain their full effect.
To Jesus through Mary,
Fr. Christopher
¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!
Escribo esta carta en medio de la auto-cuarentena, que la cual espero que pueda salir el 15 de abril. No entraré en detalles sobre cómo, pero después de consultar con mis superiores, el riesgo potencial de propagar el virus a los feligreses. - especialmente aquellos con sistemas inmunes comprometidos, justifica esta decisión. La realidad es que debido a las pautas de distanciamiento social, no ha tenido que cambiar mucho durante este tiempo. Todo el personal de la parroquia ha estado trabajando arduamente para encontrar formas de construir nuestra comunidad de fe a través de llamadas telefónicas y medios electrónicos. Yo sigo haciéndo lo mismo. Esperamos el día en que sea seguro para nosotros vernos cara a cara. Mientras tanto, quería compartir algunos pensamientos sobre la vida espiritual inspirados por la crisis de salud pública que enfrentamos.
La fe católica nos enseña que, además de nuestra vida natural, Dios nos creó para disfrutar de la felicidad eterna con Él para siempre en el cielo. Dios ofreció amistad consigo mismo a nuestros antiguos progenitores y ellos rechazaron esa oferta a través del pecado. Cada par de padres humanos, excepto los padres de la Santísima Virgen María, han transmitido una naturaleza humana a sus hijos que no puede resistir el pecado. Esta realidad nos pone en una posición muy mala porque el pecado es la muerte del alma. Algunos maestros cristianos han explicado esta debilidad como una infección, otros han hablado de ella en términos de la pérdida de un derecho a algo necesario para alcanzar el fin para el cual Dios nos creó.
Cuando Jesucristo murió en la Cruz y resucitó de los muertos al tercer día, pagó el precio de nuestros pecados y hizo disponible la medicina espiritual para el veneno del pecado. El pone a nuestra disposición el remedio para el pecado de forma gratuita. Solamente temenos que acercarnos a Él con fe, reconociendo nuestros pecados, creyendo en su capacidad para sanarnos y haciendo uso de la medicina espiritual que nos dio. ¿Qué es esta medicina? Son los sacramentos, especialmente la Sagrada Eucaristía y la Confesión.
Una distinción importante entre enfermedades naturales como el COVID 19 y el contagio espiritual del pecado es que no existe el equivalente de una vacuna contra el pecado. Por esta razón, necesitamos pedirle a Dios diariamente los dones de la fe, el dolor por nuestros pecados y confianza en su poder sanador. Los tres son necesarios para recibir la medicina espiritual, es decir, los sacramentos, fructíferamente. Acercarse a los sacramentos sin estas disposiciones podría hacer más daño que bien.
Actualmente estamos en un período de tiempo en el que es muy difícil recibir la medicina espiritual que son los sacramentos. Quizás cuando estaban fácilmente disponibles, habíamos comenzado a menosvalorarlos. Hacemos bien durante este período de tiempo de pedir la gracia de tener una fe más profunda, un mayor conocimiento y dolor por nuestros pecados, y una confianza ilimitada de que Dios puede sanarnos de nuestras enfermedades morales y espirituales. Esto nos permitirá volver a los sacramentos y obtener su pleno efecto.