The Week of Prayer for Christian Unity begins tomorrow on January 18th. The divisions among Christians began as far back as Saints Peter and Paul, which is documented in the Acts of the Apostles. They continued through the centuries with the Great Schism between the Eastern and Western Church in the 11th century and the Protestant and Catholic divide in the 16th. With all the sins of our division, there is at least one thing that Christians throughout the world can all agree: God is a God of the living, not a God of the dead! The Gospel of Life clearly proclaims that Jesus comes among us to give life and life to the full. So the gift of life, which is given to us by God alone, is one of the core values of Christianity. Over the centuries, this value has been translated into the cultures and political structures of many nations throughout the world, our own included.
“We hold these Truths to be self-evident, that all Men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the Pursuit of Happiness – That to secure these Rights, Governments are instituted among Men, deriving their just Powers from the Consent of the Governed, that whenever any Form of Government becomes destructive of these Ends, it is the Right of the People to alter or to abolish it, and to institute new Government, laying its Foundation on such Principles, and organizing its Powers in such Form, as to them shall seem most likely to effect their Safety and Happiness” (The Declaration of Independence, 1776).
I would not recommend or advocate that the government be overthrown by some kind of Christian jihad or political revolution. The goal of the Church is to “lead the horse to water,” but we must resist the temptation to force the horse to drink. However compelling the message of the Gospel may be, it cannot effectively be coerced by the force of arms or even the force of law. We seek to change behavior through the conversion of hearts. Although the Church would like to see a reversal of the 1973 Supreme Court decision on Roe v. Wade, this is not really the goal. It is rather one of the effects of our ultimate goal: to make disciples of all nations and teach them all that we have been taught by loving God and our neighbor. It is through this united effort with other Christians in building the Kingdom of God that will ultimately secure the blessings of liberty and promote a culture of life for ourselves and our posterity.
- Fr. Ted Rothrock
La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos comienza mañana 18 de enero. Las divisiones entre los cristianos comenzaron ya en los santos Pedro y Pablo, que está documentado en los Hechos de los Apóstoles. Continuaron a lo largo de los siglos con el Gran Cisma entre la Iglesia Oriental y Occidental en el siglo XI y la división protestante y católica en el XVI. Con todos los pecados de nuestra división, hay al menos una cosa en la que los cristianos de todo el mundo pueden estar de acuerdo: ¡Dios es un Dios de vivos, no un Dios de muertos! El Evangelio de la vida proclama claramente que Jesús viene entre nosotros para dar vida y vida en plenitud. De modo que el don de la vida, que solo Dios nos ha dado, es uno de los valores fundamentales del cristianismo. A lo largo de los siglos, este valor se ha traducido en las culturas y estructuras políticas de muchas naciones del mundo, incluida la nuestra.
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.” (Declaración de Independencia, 1776).
No recomendaría ni abogaría por que el gobierno sea derrocado por algún tipo de jihad cristiana o revolución política. El objetivo de la Iglesia es “llevar al caballo al agua”, pero debemos resistir la tentación de obligar al caballo a beber. Por muy convincente que sea el mensaje del Evangelio, no puede ser coaccionado efectivamente por la fuerza de las armas o incluso por la fuerza de la ley. Buscamos cambiar el comportamiento a través de la conversión de corazones. Aunque a la Iglesia le gustaría ver una revocación de la decisión de la Corte Suprema de 1973 sobre Roe v. Wade, este no es realmente el objetivo. Es más bien uno de los efectos de nuestro objetivo final: hacer discípulos de todas las naciones y enseñarles todo lo que nos ha enseñado amar a Dios y al prójimo. Es a través de este esfuerzo unido con otros cristianos en la construcción del Reino de Dios que finalmente asegurará las bendiciones de la libertad y promoverá una cultura de vida para nosotros y nuestra porvenir.